“holland: no oía. de todas
las personas. nada. y porque beethoven no podía oír, la idea de verle componer
y dirigir, era algo impensable para la mayoría de la gente. y como respuesta,
compuso y dirigió la séptima sinfonía. sólo imaginad; beethoven sobre
el podio, sujetando su batuta, y moviendo elegantemente las manos. la orquesta
en su cabeza está tocando a la perfección, y la orquesta situada enfrente suyo,
intentando seguirle desesperadamente (...)
estudiante: señor holland,
si él no oía nada, ¿cómo podía saber las notas siquiera? por ejemplo, si nunca
escuchó un do, ¿cómo sabía que eso era lo que quería tocar?
holland: (pausa) bueno...
beethoven no nació sordo.”
(mr. holland's opus, 1995)
.
.
.
ella sí, empero,
no lloró
ni emitió, de hecho, sonido alguno
al nacer.
y porque nació muda
tuvo que robar de los demás
y se fue construyendo
la voz a base de voces ajenas.
configuró un arpa en sí
que no acababa.
"no había cuello para mí",
me decía.
y a con qué pensabas,
respondía: "con un coro de verdi,
polvo y espalda de metralla, lanza, escudo,
mario cavaradossi
cuando e lucevan le stelle,
lluvia contra el metal,
la norma invocando a la luna,
con el roce del aire leve
sobre la piel.
ese tipo de cosas".
y a con qué leías,
respondía:"igual".
hasta que por fin el día llegó
en que se despertó el gallo
en su garganta.
y sintió que un cielo terrible
aparcó furioso su trueno,
y enmudecía lo que fuera que
se atreviese hacer frente
a aquel temblor airado
que sacudía los recuerdos
como se sacuden los perros
el agua de las charcas.
...el pulso suspendido
del polvo de buhardilla,
los acordes tristán,
“o wort, du wort, das mir fehlt!”,
la textura rumorosa de las magdalenas
cuando beben su té...
desgranados todos entre los peines
de la nueva realidad
por las cuerdas estiradas
que sentía en un potro de tortura,
y eran hojas melladas
rasgando el aire.
acabó hablando sólo
de cual sería
el mejor modo
de extirparse aquel monstruo;
fiel mientras ella hablara,
acechando tenso, en la callada.